FORMAR PARA TRANSFORMAR
Quiero comenzar diciendo que las ideas que voy
a exponer aquí no son fruto de la mera elucubración teórica, no expresan
meramente un deber-ser alejado de la experiencia y de la práctica, sino que son
fruto del esfuerzo sostenido de un grupo de educadores que hicimos de la Educación Popular
en Fe y Alegría una opción de vida. Por
ello, la búsqueda de una educación de calidad integral para los más pobres y la
formación de un nuevo educador para que sea protagonista de esa nueva educación
y no un mero ejecutor de tareas o seguidor de programas, son las dos caras de
una misma propuesta. Una formación que no se traduzca en cambios cualitativos
en la educación no nos interesa y al mismo tiempo buscamos que los procesos de
transformación de nuestras escuelas resulten eminentemente formativos. Debo aclarar desde ya que cuando nos definimos como
Movimiento de Educación Popular Integral, no estamos entendiendo lo popular, como muchos lo han hecho y lo siguen haciendo, meramente por sus destinatarios (los pobres,
los indígenas, los campesinos, las
poblaciones de los barrios…), ni tampoco por sus modalidades (durante algún
tiempo muchos teóricos de la Educación Popular , desde la lectura althusseriana
de la educación como aparato ideológico del Estado consideraron que no era
posible la educación popular en el sistema educativo formal y privilegiaron la educación no-formal,
cooperativista, comunitaria). Nosotros definimos la Educación Popular
por su intencionalidad transformadora, y la entendemos como una propuesta
política, ética y pedagógica para la transformación. Pero en estos tiempos que
tanto se vocea la transformación, nosotros seguimos insistiendo en no separar
la dimensión política de las dimensiones ética y pedagógica, es decir, que todo
el proceso educativo debe estar inmerso en los valores que proclamamos y
queremos recoger. Sólo recogeremos los frutos que sembremos. La cosecha debe
estar ya implícita en la siembra.. Si hace un tiempo el Maestro Prieto Figueroa
se quejaba de que los maestros eran en su mayoría unos eunucos políticos, no es menos cierto que gran
parte de los políticos son eunucos pedagógicos, es decir,
que niegan con sus actos lo que proclaman en sus discursos: “El ruido de lo que
eres y haces me impide escuchar lo que me dices”. En educación, como en todo lo
demás, más que revolucionarios profesionales, necesitamos revolucionarios en la
profesión, es decir, personas comprometidas en el cambio profundo del sistema
educativo. Pero no es posible transformar la educación con prácticas bancarias,
reproductoras, conductistas…No es posible una educación constructora de
genuinos ciudadanos si en las escuelas,
liceos y universidades siguen enquistadas las prácticas autoritarias.
Por ello, en estos tiempos de acalorados
debates sobre el Estado Docente, yo planteo la necesidad sobre todo de un
Estado Educador: es decir, que dé ejemplo de esa participación, inclusión, ética, honestidad… proclamados en la Constitución y en los
fines y lineamientos educativos.
Entiendo que, en estos tiempos de cambio
permanente, ser educador es ser una persona en formación permanente. El docente
que ha dejado de aprender, se convierte en un obstáculo para el aprendizaje de
sus alumnos. Hay docentes que, con su práctica educativa, no sólo no provocan
las ganas de aprender, sino que las matan. Nadie puede enseñar a aprender, si
no aprende de su enseñar, si ha perdido el interés por seguir aprendiendo
siempre. De ahí que nosotros privilegiamos la formación permanente de nuestros
educadores e invertimos muchos recursos en ello, y
solemos decir que llegar a Fe y Alegría es montarse en un bus de formación. Uno
puede bajarse del bus cuando quiera, pero mientras siga en el bus estará en
formación. La formación permanente implica convertir al educador en un lector
autónomo y personal: lector de todo tipo de textos y también del contexto, lo que implica la
multialfabetización para que sepa leer y comprender lo leído, sepa buscar la información
necesaria y convertirla en conocimiento. Alfabetización por supuesto también
tecnológica para que sepa utilizar crítica y creativamente las nuevas
tecnologías y, sin idealizarlas pero sin temerlas, las asuma como un medio maravilloso para
fomentar el aprendizaje, la reflexión y la formación permanente.
No olvidemos sin embargo que no es lo mismo
estar en formación, que estar estudiando. Hay personas a quienes los
estudios, en vez de formarlos, los
deforman, los echan a perder. Todos conocemos algunos educadores a los que las
maestrías o títulos de postgrado los fregaron. Personas que utilizan sus nuevos
títulos como una especie de pedestal al que se suben y desde la altura de sus
nuevos diplomas empiezan a alejarse de los alumnos, de los compañeros, de los
padres y representantes. Yo por eso
hablo de la necesidad de títulos que, en vez de encumbrarnos, nos permitan
descender al nivel de los alumnos más necesitados para poderles brindar la
ayuda que necesitan. Como dice García Márquez, “Nadie tiene el derecho de mirar
a otra persona de arriba abajo, si no es para ayudarla a levantarse”.
Decíamos antes que el objetivo último de Fe y
Alegría como movimiento de Educación Popular es la transformación: la gestación
de hombres y mujeres nuevos, que viven lo que proclaman y sueñan, y son
capaces, en definitiva, de contribuir a la transformación de la sociedad de
modo que todas las personas puedan disfrutar de sus derechos esenciales, cumplir con sus
deberes y acceder a una vida de calidad. De ahí también
la necesidad de implementar un proceso formativo innovador, donde las personas
en formación experimenten los valores y propuestas pedagógicas que buscamos que desarrollen luego con sus alumnos. Desgraciadamente, los
maestros reproducen en sus prácticas el proceso formativo que experimentaron en
su formación: Por ello, si bien salen con un discurso innovador de cómo hay que
enseñar, terminan enseñando como les enseñaron a ellos. Por un lado va el
discurso, la teoría, por otro lado la práctica. De ahí que, para nosotros FORMAR PARA TRANSFORMAR, se ha convertido en
nuestro lema, en nuestra propuesta permanente. Formar para transformarse como
persona, para recuperar el orgullo de ser educador, para abrirse a la transcendencia
de lo que significa ser maestro. Formar
para transformar las prácticas educativas y pedagógicas, de modo que la
formación del docente se traduzca en transformación de las escuelas y el propio
proceso de transformación de las escuelas resulte eminentemente formativo para
los docentes. Formar para transformarse como ciudadano, para convertir las
aulas y centros escolares en lugares de verdadera participación, y cooperación,
en microcosmos de la nueva sociedad. Centros educativos vueltos a la realidad
del entorno para contribuir a su transformación-humanización, estrechamente
vinculados a las familias y comunidades.
De ahí que siempre hemos considerado la elaboración y permanente
reelaboración de los proyecto educativo-comunitarios de nuestros centros, como
una de las principales estrategias formativas de nuestro personal. Por eso
hablamos de la Escuela Formadora ,
es decir, escuela que se convierte también en la principal universidad de sus
docentes. Todo suceso del aula o del centro educativo es sometido a una
profunda reflexión, confrontación, y diálogo de saberes. Para que esto sea
posible, necesitamos instancias organizativas que lo posibiliten. Por ello, en
todos nuestros centros hemos privilegiado los Coordinadores Pedagógicos o Responsables
de la Formación
de sus compañeros, y estamos trabajando por un acompañamiento y monitoreo
verdaderamente formativo.
En todos nuestros programas de formación, enfatizamos mucho la formación de la persona.
Para nosotros, formarse es inventarse, construirse, soñarse, llegar a ser esa
persona plena que uno se propone ser. Estamos claros que “si bien uno explica
lo que sabe o cree saber, uno enseña lo que es”.Sólo podrá enseñar valores el
que se esfuerza por vivirlos. Los
alumnos no sólo aprenden de sus maestros o profesores, sino que aprenden a sus
maestros y profesores. Un profesor de cualquier materia imparte muchas
lecciones al mismo tiempo, junto con los contenidos de su materia: de respeto o
irrespeto; de ayuda o de insensibilidad; de inclusión o exclusión; de
honestidad o deshonestidad; de autoestima o desprecio de sí mismo; de ilusión o
pesimismo; de escucha o desatención. De ahí que trabajamos mucho el proyecto de
vida de cada educador y tratamos de
animarlo a que reflexione si su proyecto de vida coincide con la invitación del
proyecto educativo de Fe y Alegría, para evitar incoherencias, frustraciones, o
que el educador se convierta en un simple funcionario, en un asalariado de la
educación. De ahí nuestro énfasis en trabajar la identidad del educador de Fe y
Alegría, identidad que no la entendemos como fidelidad con el pasado, sino con la renovación permanente,
con la creación inacabada del futuro. En Fe y Alegría nos definimos como Movimiento de
Educación Popular. Ser movimiento implica la reconstrucción creativa, la
superación permanente. Fe y Alegría, como movimiento, nunca está hecha, está
siempre en proceso, y a los educadores se les invita a recrear Fe y Alegría en
el mismo proceso de su continua y permanente recreación como personas, como
ciudadanos y como educadores.
Como metodología de formación privilegiamos la
reflexión permanente de la práctica, el diálogo de saberes y la
sistematización. A mí me gusta definir
al educador como “un profesional de la reflexión”: reflexiona sobre su ser como persona (cómo
soy, qué valores tengo y transmito, cómo me ven los demás, qué hago para ser
mejor persona, mejor esposo, mejor padre…), como ciudadano (cómo ejerzo mi
ciudadanía, mis relaciones con los vecinos, mi defensa de lo público…), como
aprendiz y como enseñante para caer en la cuenta de cómo aprende y cómo enseña;
reflexiona sobre el país y el mundo, sobre los sucesos, sobre la escuela y las
prácticas escolares, sobre el sistema educativo…De ahí que buscamos que todos
los programas de formación inicial pongan en contacto a los estudiantes desde el primer semestre con el
mundo de la escuela y con la marcha del sistema educativo. Otros elementos
metodológicos que privilegiamos son el
diálogo de saberes (por eso asumimos la formación siempre como proceso
colectivo, de equipo, lo que no niega sino que supone un
trabajo personal serio, profundo y sostenido) y la sistematización de
experiencias. La sistematización implica
la reconstrucción crítica de la práctica, para mejorarla, cambiarla,
para hacer conscientes los aprendizajes, para sacar la teoría implícita en el
hacer, de modo que la sistematización arroje luces para superar los nudos
problemáticos e ir articulando cada vez mejor lo que queremos con lo que
hacemos. La sistematización implica también la socialización de las experiencias.
De ahí que animamos a los docentes a escribir en nuestra revista “Movimiento
Pedagógico”, una revista de los maestros y para los maestros. Privilegiar la
sistematización implica insistir mucho en la escritura autónoma y personal. La
escritura es un medio privilegiado no sólo para comunicarnos, sino para prender
a pensar, pues nos obliga a reflexionar
sobre nuestro propio pensamiento. De ahí que “Si quieres saber lo que piensas,
escríbelo”. Detrás de muchas resistencias a escribir se ocultan las resistencias
y dificultades de pensar en profundidad. Y es triste comprobar cómo el proceso
formativo no enseña a escribir, a producir; enseña a copiar a reproducir. Hay
alumnos que han logrado sus títulos de licenciatura e incluso de postgrado y
nunca han escrito verdaderamente; por ello, no saben escribir. Han emborronado
miles de páginas recitando lo que dicen otros, pero pocas veces han expresado
sus propios pensamientos.
Esta concepción y metodología de la formación
la tratamos de sembrar en todos nuestros programas formativos. Insistimos en
asumir la formación como proceso
permanente, donde las licenciaturas, las maestrías e incluso los
doctorados sólo tienen sentido si se perciben no como etapas terminales sino
como momentos de mayor insistencia dentro de un proceso formativo inacabado. Si
formarse es construirse, es evidente que mientras uno viva, siempre estará en
condiciones de hacerse mejor persona y de hacer mejor lo que hace. Compartimos las palabras de Simón Rodríguez cuando advertía que “terminó su formación,
sólo significa que se le dieron los medios y herramientas para seguir
aprendiendo”. En definitiva, uno cuanto más formado está más formación
necesita, y si todavía uno necesita de profesores para seguirse formando, es
porque no ha terminado de entender en qué consiste la formación.
Antonio Pérez Esclarín
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