sábado, 29 de noviembre de 2014

Formar para transformar. Lectura para uso y reflexión de los docentes

FORMAR PARA TRANSFORMAR


Quiero comenzar diciendo que las ideas que voy a exponer aquí no son fruto de la mera elucubración teórica, no expresan meramente un deber-ser alejado de la experiencia y de la práctica, sino que son fruto del esfuerzo sostenido de un grupo de educadores que hicimos de la Educación Popular en Fe y Alegría  una opción de vida. Por ello, la búsqueda de una educación de calidad integral para los más pobres y la formación de un nuevo educador para que sea protagonista de esa nueva educación y no un mero ejecutor de tareas o seguidor de programas, son las dos caras de una misma propuesta. Una formación que no se traduzca en cambios cualitativos en la educación no nos interesa y al mismo tiempo buscamos que los procesos de transformación de nuestras escuelas resulten eminentemente formativos.   Debo  aclarar desde ya que cuando nos definimos como Movimiento de Educación Popular Integral, no estamos entendiendo lo popular,  como muchos lo han hecho y lo siguen haciendo,  meramente por sus destinatarios (los pobres, los indígenas, los campesinos,  las poblaciones de los barrios…), ni tampoco por sus modalidades (durante algún tiempo muchos teóricos de la Educación Popular, desde la lectura althusseriana de la educación como aparato ideológico del Estado consideraron que no era posible la educación popular en el sistema educativo  formal y privilegiaron la educación no-formal, cooperativista, comunitaria). Nosotros definimos la Educación Popular por su intencionalidad transformadora, y la entendemos como una propuesta política, ética y pedagógica para la transformación. Pero en estos tiempos que tanto se vocea la transformación, nosotros seguimos insistiendo en no separar la dimensión política de las dimensiones ética y pedagógica, es decir, que todo el proceso educativo debe estar inmerso en los valores que proclamamos y queremos recoger. Sólo recogeremos los frutos que sembremos. La cosecha debe estar ya implícita en la siembra.. Si hace un tiempo el Maestro Prieto Figueroa se quejaba de que los maestros eran en su mayoría unos  eunucos políticos, no es menos cierto que gran parte de  los  políticos son eunucos pedagógicos, es decir, que niegan con sus actos lo que proclaman en sus discursos: “El ruido de lo que eres y haces me impide escuchar lo que me dices”. En educación, como en todo lo demás, más que revolucionarios profesionales, necesitamos revolucionarios en la profesión, es decir, personas comprometidas en el cambio profundo del sistema educativo. Pero no es posible transformar la educación con prácticas bancarias, reproductoras, conductistas…No es posible una educación constructora de genuinos ciudadanos si en  las escuelas, liceos y universidades siguen enquistadas las prácticas autoritarias.

Por ello, en estos tiempos de acalorados debates sobre el Estado Docente, yo planteo la necesidad sobre todo de un Estado Educador: es decir, que dé ejemplo de esa participación, inclusión,  ética, honestidad…  proclamados en la Constitución y en los fines y lineamientos educativos.

Entiendo que, en estos tiempos de cambio permanente, ser educador es ser una persona en formación permanente. El docente que ha dejado de aprender, se convierte en un obstáculo para el aprendizaje de sus alumnos. Hay docentes que, con su práctica educativa, no sólo no provocan las ganas de aprender, sino que las matan. Nadie puede enseñar a aprender, si no aprende de su enseñar, si ha perdido el interés por seguir aprendiendo siempre. De ahí que nosotros privilegiamos la formación permanente de nuestros educadores e invertimos muchos recursos en ello,   y solemos decir que llegar a Fe y Alegría es montarse en un bus de formación. Uno puede bajarse del bus cuando quiera, pero mientras siga en el bus estará en formación. La formación permanente implica convertir al educador en un lector autónomo y personal: lector de todo tipo de textos y también del  contexto, lo que implica la multialfabetización para que sepa leer y comprender lo leído, sepa buscar la información necesaria y convertirla en conocimiento. Alfabetización por supuesto también tecnológica para que sepa utilizar crítica y creativamente las nuevas tecnologías y, sin idealizarlas pero sin temerlas,  las asuma como un medio maravilloso para fomentar el aprendizaje, la reflexión y la formación permanente.

No olvidemos sin embargo que no es lo mismo estar en formación, que estar estudiando. Hay personas a quienes los estudios,  en vez de formarlos, los deforman, los echan a perder. Todos conocemos algunos educadores a los que las maestrías o títulos de postgrado los fregaron. Personas que utilizan sus nuevos títulos como una especie de pedestal al que se suben y desde la altura de sus nuevos diplomas empiezan a alejarse de los alumnos, de los compañeros, de los padres y representantes.  Yo por eso hablo de la necesidad de títulos que, en vez de encumbrarnos, nos permitan descender al nivel de los alumnos más necesitados para poderles brindar la ayuda que necesitan. Como dice García Márquez, “Nadie tiene el derecho de mirar a otra persona de arriba abajo, si no es para ayudarla a levantarse”.

Decíamos antes que el objetivo último de Fe y Alegría como movimiento de Educación Popular es la transformación: la gestación de hombres y mujeres nuevos, que viven lo que proclaman y sueñan, y son capaces, en definitiva, de contribuir a la transformación de la sociedad de modo que todas las personas puedan disfrutar de  sus derechos esenciales, cumplir con sus deberes   y acceder a una vida de calidad. De ahí también la necesidad de implementar un proceso formativo innovador, donde las personas en formación experimenten los valores y propuestas pedagógicas  que buscamos que desarrollen luego  con sus alumnos. Desgraciadamente, los maestros reproducen en sus prácticas el proceso formativo que experimentaron en su formación: Por ello, si bien salen con un discurso innovador de cómo hay que enseñar, terminan enseñando como les enseñaron a ellos. Por un lado va el discurso, la teoría, por otro lado la práctica.  De ahí que, para nosotros  FORMAR PARA TRANSFORMAR, se ha convertido en nuestro lema, en nuestra propuesta permanente. Formar para transformarse como persona, para recuperar el orgullo de ser educador, para abrirse a la transcendencia de lo que significa  ser maestro. Formar para transformar las prácticas educativas y pedagógicas, de modo que la formación del docente  se traduzca  en transformación de las escuelas y el propio proceso de transformación de las escuelas resulte eminentemente formativo para los docentes. Formar para transformarse como ciudadano, para convertir las aulas y centros escolares en lugares de verdadera participación, y cooperación, en microcosmos de la nueva sociedad. Centros educativos vueltos a la realidad del entorno para contribuir a su transformación-humanización, estrechamente vinculados a las familias y comunidades.  De ahí que siempre hemos considerado la elaboración y permanente reelaboración de los proyecto educativo-comunitarios de nuestros centros, como una de las principales estrategias formativas de nuestro personal. Por eso hablamos de la Escuela Formadora, es decir, escuela que se convierte también en la principal universidad de sus docentes. Todo suceso del aula o del centro educativo es sometido a una profunda reflexión, confrontación, y diálogo de saberes. Para que esto sea posible, necesitamos instancias organizativas que lo posibiliten. Por ello, en todos nuestros centros hemos privilegiado los Coordinadores Pedagógicos o Responsables de la Formación de sus compañeros, y estamos trabajando por un acompañamiento y monitoreo verdaderamente formativo.

En todos nuestros programas de formación,  enfatizamos mucho la formación de la persona. Para nosotros, formarse es inventarse, construirse, soñarse, llegar a ser esa persona plena que uno se propone ser. Estamos claros que “si bien uno explica lo que sabe o cree saber, uno enseña lo que es”.Sólo podrá enseñar valores el que se esfuerza por vivirlos.  Los alumnos no sólo aprenden de sus maestros o profesores, sino que aprenden a sus maestros y profesores. Un profesor de cualquier materia imparte muchas lecciones al mismo tiempo, junto con los contenidos de su materia: de respeto o irrespeto; de ayuda o de insensibilidad; de inclusión o exclusión; de honestidad o deshonestidad; de autoestima o desprecio de sí mismo; de ilusión o pesimismo; de escucha o desatención. De ahí que trabajamos mucho el proyecto de vida de cada educador  y tratamos de animarlo a que reflexione si su proyecto de vida coincide con la invitación del proyecto educativo de Fe y Alegría, para evitar incoherencias, frustraciones, o que el educador se convierta en un simple funcionario, en un asalariado de la educación. De ahí nuestro énfasis en trabajar la identidad del educador de Fe y Alegría, identidad que no la entendemos como fidelidad con  el pasado, sino con la renovación permanente, con la creación inacabada del futuro. En  Fe y Alegría nos definimos como Movimiento de Educación Popular. Ser movimiento implica la reconstrucción creativa, la superación permanente. Fe y Alegría, como movimiento, nunca está hecha, está siempre en proceso, y a los educadores se les invita a recrear Fe y Alegría en el mismo proceso de su continua y permanente recreación como personas, como ciudadanos y como educadores. 

Como metodología de formación privilegiamos la reflexión permanente de la práctica, el diálogo de saberes y la sistematización.  A mí me gusta definir al educador como “un profesional de la reflexión”:  reflexiona sobre su ser como persona (cómo soy, qué valores tengo y transmito, cómo me ven los demás, qué hago para ser mejor persona, mejor esposo, mejor padre…), como ciudadano (cómo ejerzo mi ciudadanía, mis relaciones con los vecinos, mi defensa de lo público…), como aprendiz y como enseñante para caer en la cuenta de cómo aprende y cómo enseña; reflexiona sobre el país y el mundo, sobre los sucesos, sobre la escuela y las prácticas escolares, sobre el sistema educativo…De ahí que buscamos que todos los programas de formación inicial pongan en contacto a los  estudiantes desde el primer semestre con el mundo de la escuela y con la marcha del sistema educativo. Otros elementos metodológicos que privilegiamos son  el diálogo de saberes (por eso asumimos la formación siempre como proceso colectivo, de equipo, lo que no niega sino que supone  un  trabajo personal serio, profundo y sostenido) y la sistematización de experiencias.  La sistematización  implica  la reconstrucción crítica de la práctica, para mejorarla, cambiarla, para hacer conscientes los aprendizajes, para sacar la teoría implícita en el hacer, de modo que la sistematización arroje luces para superar los nudos problemáticos e ir articulando cada vez mejor lo que queremos con lo que hacemos. La sistematización implica también la socialización de las experiencias. De ahí que animamos a los docentes a escribir en nuestra revista “Movimiento Pedagógico”, una revista de los maestros y para los maestros. Privilegiar la sistematización implica insistir mucho en la escritura autónoma y personal. La escritura es un medio privilegiado no sólo para comunicarnos, sino para prender a  pensar, pues nos obliga a reflexionar sobre nuestro propio pensamiento. De ahí que “Si quieres saber lo que piensas, escríbelo”. Detrás de muchas resistencias a escribir se ocultan las resistencias y dificultades de pensar en profundidad. Y es triste comprobar cómo el proceso formativo no enseña a escribir, a producir;  enseña a copiar a reproducir.   Hay alumnos que han logrado sus títulos de licenciatura e incluso de postgrado y nunca han escrito verdaderamente; por ello, no saben escribir. Han emborronado miles de páginas recitando lo que dicen otros, pero pocas veces han expresado sus propios pensamientos.

Esta concepción y metodología de la formación la tratamos de sembrar en todos nuestros programas formativos. Insistimos en asumir la formación como proceso  permanente, donde las licenciaturas, las maestrías e incluso los doctorados sólo tienen sentido si se perciben no como etapas terminales sino como momentos de mayor insistencia dentro de un proceso formativo inacabado. Si formarse es construirse, es evidente que mientras uno viva, siempre estará en condiciones de hacerse mejor persona y de hacer mejor lo que hace.   Compartimos las palabras de Simón Rodríguez  cuando advertía que “terminó su formación, sólo significa que se le dieron los medios y herramientas para seguir aprendiendo”. En definitiva, uno cuanto más formado está más formación necesita, y si todavía uno necesita de profesores para seguirse formando, es porque no ha terminado de entender en qué consiste la formación. 

                                                                Antonio Pérez Esclarín


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